“Las revoluciones son divinas en el sentido de lo bello y lo monstruoso”

“Las revoluciones son divinas en el sentido de lo bello y lo monstruoso”

El reconocido actor, director y dramaturgo Gerardo Oettinger Searle nunca imaginó desde su Valdivia natal, que terminaría con una carrera profesional en las artes escénicas.

Son varias las obras de las que ha sido parte como director y dramaturgo. Destacamos “Unidad Popular” y “Pompeya”, ambas se han presentado en nuestro teatro. Sobre Pompeya, señala que: “esta antigua ciudad del Imperio Romano, una capital del sexo, el vicio y el pecado fue sepultada por castigo divino por las cenizas del Volcán Vesubio y funciona como perfecta metáfora para la metrópolis del Chile de hoy”.

En la actualidad Oettinger se encuentra trabajando en una relectura del texto “Terror y miseria del 3º Reich” del dramaturgo Bertolt Brecht, en donde escogió la escena 20, “Del sermón a la montaña”, “para traerla la revolución social chilena de octubre del 2019, buscando promover una investigación escénica que cree instancias donde los tópicos de memoria social, identidad, violencia política y derechos humanos entren en ficción, pensando en el fascismo de hoy”.

De sus inicios en las tablas, su mirada crítica y profunda de lo que fue el “Estallido Social” y su compromiso con el Chile de hoy. De todo esto y mucho más, conversamos con Gerardo Oettinger.

¿Cuál y cómo es tu acercamiento al mundo teatral?

 Mi acercamiento al teatro fue el año 2003, cuando un amigo me invitó al antiguo teatro Galpón 7 en Chucre Manzur, a ver una obra que se llamaba “De ratones y de hombres”, dirigida por Andrés Céspedes. Me encantó el trabajo y pensé: me encantaría trabajar en eso, ser actor, hacer teatro. Entonces, fui a las clases de actuación que ahí mismo hacían Céspedes y Paulo Meza. Lo pasé muy bien en esos talleres, aprendí mucho. Le hice caso a Paulo y postulé al Club de Teatro de Fernando González y me quedé. Tiempo después postulé a La Memoria y estuve ahí dos años con Alfredo, Rodrigo Pérez y Carlos Bórquez. Después, me metí a clases de dramaturgia don Juan Rodrigan y su hija Flavia. Después vinieron los talleres del Royal Court Theatre y Santiago a Mil y Panorma Sur, dirigido por Alejandro Tantanián en Buenos Aires y no paré más…

¿Cuándo iniciaste tu carrera en las artes escénicas?

Partí haciendo teatro ya de grande, a los 26. Me puse a escribir dramaturgia como a los 28, cuando tuve que congelar mis estudios para trabajar y no sentirme tan alejado. Lo que pasa es que cuando yo era chico, en Valdivia no había teatro, con suerte había un cine que funcionaba tarde y nunca.

En el colegio leí un poco a los típicos clásicos como Shakespeare, Calderón de la Barca, José Zorrilla, Leandro Fernández de Moratín, y sería. No pescaba mucho. Cuando niño los libros me aburrían, prefería mil veces salir a jugar o hacer tonterías o escalar árboles, andar en bici o ir al río o al bosque. Estar encerrado leyendo era como una prisión, era demasiado hiperquinético. Me desesperaba quedarme mirando las filas de letras y las hojas que me faltaban. Me daba ansiedad. No entendía por qué tenía que sentarme a imaginar algo que estaba allá afuera en la vida misma. Después cambié y me aburrí del afuera y me puse a leer y escribir. Ahora busco un lograr el equilibrio precario entre el afuera y la imaginación. Lo he logrado a veces.
Es difícil.

Cómo creador, ¿Qué significó para ti el «Estallido Social»?

Una ola de inspiración por muchos motivos, unos felices y otros muy trágicos. Esperanza y miedo a la vez. Rabia y felicidad, todo junto. Fue una explosión ritual casi religiosa. Creo que las revueltas sociales o las revoluciones tienen eso religioso en el sentido mitológico de la raíz latina de la palabra religión, que viene del latín: religare, que significa «ligar juntos». Una comunión, un sentir junto a los otros y compartir las mismas emociones e ideas. Religar enlaza lo humano con lo divino.

En el sentido revolucionario lo divino como la humanidad misma. En el fondo, religar lo humano con lo humano. Y eso es teatro puro. Dramaturgia social.

Las revoluciones como las religiones tienen sus ritos, sus mártires, sus héroes, sus demonios, sus tragedias, sus dramas y comedias, sus protagonistas, sus antagonistas y sus contradicciones. El fuego como divinidad es iluminación y destrucción. Borra todos los vestigios y las cenizas fertilizan la tierra. Las revoluciones nacen de la fe en un mundo mejor, pero también nos traen problemas a resolver, necesitan de una fe que nos ayude a encontrarle un sentido profundo a la vida. Pero también nos demuestran que el ser humano es poderoso y el poder lo corrompe y cuando se intentan replicar los paraísos terrenales muchas veces se crean infiernos.

Las revoluciones son divinas en el sentido de lo bello y lo monstruoso, de lo atávico, pero también de lo nuevo. Es cosa de ver la explosión cultural, performativa y artística callejera que hay desde octubre de 2019. Como escribió Octavio Paz: “La explosión revolucionaria mexicana fue como una “portentosa fiesta”. “Sin visión poética”, decía el poeta, “no hay visión histórica”. Eso me da mucho sentido. «Lo milenarista». «Lo utópico». «La voluntad de regresar a una sociedad precapitalista y premoderna», que hoy contrasta con pensar una sociedad «post capitalista y neoliberal post posmoderna». «El sueño de una tierra poseída en común». Una ecología en común. «La nostalgia por una realidad antiquísima, anterior a la historia». Escribe, Paz: “En la Revolución Mexicana encuentro un sueño colectivo que nace de nuestro subsuelo histórico que ha permitido el nacimiento del México moderno. Reconozco, que, al mismo tiempo, en este compromiso histórico, la parte vencida fue la revuelta de los campesinos, confiscada y desnaturalizada por los sucesivos regímenes revolucionarios”.

Y ese es el miedo de que los sueños se conviertan en pesadillas. Ese es el riesgo. Pero el que no se arriesga no cruza el río.

No podemos dejar de soñar, aunque sean pesadillas.

“La Revolución es una búsqueda de nosotros mismos y un regreso a la madre”. Eso también me hace mucho sentido con lo que clama el estallido y la revolución feminista. Un despertar de viejas ideas dormidas, mezcladas las nuevas, que finalmente nunca son tan nuevas.

Chile despertó es la consigna. “La manifestación de muchas ferocidades, muchas ternuras y muchas finezas que no habían podido expresarse”. Y, por eso también es una fiesta, llena de alegría sangrienta y rabia catalizadora, de fuego y de lágrimas.

Entonces, claro, esos motivos felices son principalmente porque se rompió la ABULIA social, y para el arte eso es el santo grial. Modificar ese estancamiento mental de lo rutinario, de quedarse en eso que se ve cómodo pero que no tiene nada de cómodo. Y el teatro siempre ha estado en esa misión crítica y dialéctica. Y cuando todo explotó, el trabajo de años se manifestó en una conciencia y acción ciudadana nunca antes vista. Cuando se resquebrajan las normas aparece la creatividad. Caen los viejos símbolos y se erigen los nuevos. La tragedia y la comedia son inmensamente inventivas. Pregúntenles a los poetas trágicos a los novelistas y cuentistas, a los músicos y a los pintores. El drama enciende la ampolleta.

¿En qué minuto te diste cuenta, de que este Chile no te gustaba?

Tuve la suerte de estar en París en el 2018, en una residencia en la “Cité internationale des arts”, en la sede que quedaba en el barrio Marais, un lugar bien caro, y en el súper las paltas chilenas estaban más baratas que en Chile. Y pensé: ESTA WEÁ VA A EXPLOTAR SÍ O SÍ, ya no se puede más con los abusos.

Yo tenía mucha reticencia en volver a Chile por lo mismo, porque estaba aburrido del estilo de sociedad que hay y que ahora se lucha por modificar, de una visión ultra competitiva, pero chanta a la vez y pitutera y buena pal chanchullo y consumista y preocupada del que dirán y de la imagen y la plata y la ropa y el auto y puras huevadas que te empiezan a achatar la mente. Pero se acabó la residencia y tuve que volver y bueno, así es la vida.

En agosto de 2019, con Nico Mansilla y la Nico Sener del Teatro Síntoma , estrenamos una adaptación de los Demonios de Dostoievski en el Ictus que se llamó, “La Agenda del diablo”. Todo se nos aclaró. Intuimos lo que era inevitable, que la cosa no daba más. Dos meses después, igual que en la obra de Dostoievski, las ciudades ardieron. Quedamos para dentro.

¿Cómo afecta a un creador los actos de violencia?

Lo terrible de esta fiesta, es siempre la violencia, que se empeña en teñir de rojo la tierra. El dolor. La muerte. El trauma. Los ojos reventados por perdigones, demasiado perturbador. Los ojos son un símbolo tan poderoso. El motivo trágico es evidente. El sufrimiento de la gente, de los que han perdido a sus seres amados, de los heridos, los presos, los cesantes, los viejos, los marginados y olvidados. Y los niños del Sename. Demasiada injusticia cometida. Hace un par de años supimos que iban 1313 muertos. Ahora, ¿Cuántos van?

Lo de esa institución es un verdadero genocidio. Un crimen de Estado. Tiene todas las características. La masividad de las muertes, las torturas, los abusos. Los han liquidado socialmente.

Por eso, ¿cómo se le puede hablar de violencia a los sobrevivientes de ese HORROR?
El Horror. El apocalipsis ahora.

A estas alturas, para ellos, ya corre la ley del Tiranicidio de Tomás de Aquino.
Creo que son nuestra TRAGEDIA mayúscula.

El estallido social, también, me ha hecho repensar el lugar desde donde escribo hoy. La responsabilidad que conlleva. Hacer país a través de las palabras y que sean estas las mejores armas. La utopía de la poesía. Yo como escritor hombre desde qué lugar hablo, cómo yo abordo las temáticas que corresponden a los que verdaderamente representan esas tragedias y luchas, cómo respeto eso, pero sin la autocensura.

En medio de este caos me pregunto: ¿Quién soy verdaderamente?, ¿por qué y para qué hago teatro?, ¿Qué representa mi cuerpo, mi biografía, mi sexualidad, mi visión política? ¿Cómo utilizo lo poético para arremeter contra la clásica y shakesperiana corrupción del poder en un acto metafórico performativo que nos ayude a sanar heridas?
Entonces, volviendo a religar, las revoluciones aparecen como respuestas al vacío. Al vacío espiritual, al vacío estatal, al vacío moral. Y las artes hacen lo mismo.

¿Cómo describes «El Sermón de la Montaña»? ¿Cómo haces el cruce entre el texto de Bertolt Brecht y lo que despertó en nuestra sociedad en octubre del 2019?

A partir de una invitación realizada por el Colectivo -Dramaturgia en Red – Teatre dels Argonautes (Barcelona, España), cuyo objetivo es desarrollar trabajos de escritura teatral colectiva creando Re-lecturas de clásicos de la dramaturgia de vanguardia, tuvimos la misión de adaptar escenas inspiradas en “Terror y miseria del 3º Reich” del dramaturgo Bertolt Brecht.

Elegí la escena 20, “EL SERMÓN DE LA MONTAÑA”, para traerla la revolución social chilena de octubre del 2019, buscando promover una investigación escénica que cree instancias donde los tópicos de memoria social, identidad, violencia política y derechos humanos entren en ficción, pensando en el fascismo de hoy. Brecht usa el sermón religioso de manera astuta. Porque los extremismos políticos tienen un carácter religioso, en el sentido de la fe ciega y la purga.

La ficción ocurre en una sala del hospital de carabineros. Un estudiante, primera línea, agoniza producto de una lacrimógena que le golpeó la cara y lo dejó ciego. Junto a la cama del hospital, su madre y, con uniforme de Carabineros de Chile, su padre. Esperan que un cura pueda darle la extrema unción y lograr el arrepentimiento del joven. La cercanía de la muerte desata cuestionamientos profundos que colisionan buscando culpables y poniendo en jaque nuestros puntos de vistas más arraigados.

Una de las ventanas da a la cordillera de los andes. Las cortinas que separan la habitación nos permiten ir develando lentamente lo que ocurre en el interior, donde está la camilla con el cuerpo del hijo, que yace inconsciente.
Brecht aborda el tema de la confesión, la muerte y las guerras políticas, la escena describe a un pescador, crítico del sistema, que agoniza junto a su mujer y, con uniforme nazi, su hijo, quien lo vigila para que no hable en contra del régimen. Hay también un cura, que viene a confesar al moribundo y salvaguardar lo ya establecido.

Esta versión Indaga e interroga el estallido social de octubre 2019 en Chile, develando la crisis y las contradicciones de los personajes enfrentados a una situación de violencia, donde el rol de carabinero que representa el Padre se opone al del hijo, quién persigue el sueño de un Chile más justo.

Los roles se invierten, el hijo, primera línea es quien agoniza en un hospital, y debe ser confesado, y junto a la camilla, el padre, un carabinero de las fuerzas especiales y la madre. El cura viene a dar la extrema unción, poniendo más énfasis en el sermón de la montaña, apelando al perdón.

La revolución social de octubre del 2019 dejó en evidencia las fallas basales del modelo social impuesto en Chile. La desigualdad social y los abusos sistemáticos colmaron la paciencia de distintos sectores, sobre todo, aquellos que se dieron cuenta de lo postergados que estaban. Cansados de la cesantía, endeudados con la banca por créditos educacionales, negado el acceso a viviendas dignas, el hambre y la miseria, quisieron destruirlo y quemarlo todo, porque la vida ya no es soportable.

Como creador, actor y dramaturgo. ¿De qué forma te has podido reinventar en medio de esta pandemia?

Bueno, la manera de reinventarme sería meramente en la forma, porque tampoco hay mucha reinvención más que seguir escribiendo y montando, ahora no de manera presencial claramente, pero sí utilizando las nuevas tecnologías, que básicamente hacen llegar el mensaje de otra manera. Este 2020, tuve la suerte de que se realizó una muestra de mi última obra, Random dirigida por Francisco Krebs en Escenix.CL y el Teatro del Lago, vía zoom, podcast y audiovisual. Siendo así, la primera obra en ser presentada en pandemia vía streaming, algo que no sé si tiene mucha importancia, la verdad. También tuve la suerte de poder mostrar en Sube la Radio.cl y Teatro Sidarte, los monólogos de radioteatro llamados “Nerón y el incendio de Roma”, el que escribí en plena revolución social, dirigido por Nicole mansilla y “Ofelia, la carta a Hamlet”, dirigido por Nicole Sener. “El sermón de la montaña”, en Radio IASPIS en Atenas (Grecia) dirigido por José Luis Cáceres y el trabajo audiovisual “Yo la rabia, Soledad Escobar” por la plataforma del Centro Cultural Matucana 100 dirigido por Andrea García Huidobro.

¿Cuál o cuáles de tus obras te han marcado más y por qué?

La trilogía de mujeres pobladoras de Teatro Síntoma (Bello Futuro, La Victoria y Unidad popular) y Al Volcán, todas ellas por haber tenido la suerte de haberlas presentado en los lugares donde ocurrieron los hechos y habérselas mostrado a sus propios protagonistas.

Por ejemplo, La Victoria, que es una obra que habla sobre las ollas comunes de los años 80, la armamos de testimonios que recolectamos de la población La Victoria. Sucede en la capilla de esa población. Cuando fuimos a presentarla allá mismo, a la mismísima capilla fue mágico. Era literalmente traer el pasado al presente. La capilla dentro de una capilla. Las pobladoras que estuvieron en las ollas viendo viéndose representadas. Y después del conversatorio con los pobladores, lo que nos dijeron fue emocionante. Nos agradecieron tanto. Nos dijeron que la obra les había devuelto la fe en la lucha de esos años para sacar al Tirano. Los hijos y las hijas de esas valientes mujeres pudieron ver, a través del teatro, encarnados los relatos de sus madres y como ellas lucharon en esos años tan oscuros. Con Bello futuro y Unidad popular, fue muy similar. Y «Al Volcán», cuando la llevamos a Los Ángeles, y los familiares de los caídos en Antuco, se nos acercaron a darnos las gracias por el trabajo, que según ellos mostraba la real verdad de lo sucedido, nos quedamos con los pelos de punta, nos sentimos tremendamente felices y necesarios. El teatro cobró una dimensión más profunda. Se nos hizo evidente su importancia.

En el caso de Pompeya que estuvo en nuestro teatro, ¿Cómo nace desde la escritura?, ¿Qué te motivó a escribirla?

Rodrigo Soto, me propuso como a finales del 2012 que hiciéramos una obra inspirada en el libro La Manzana de Adán, de Paz Errázuriz y en la obra de La Memoria, que trabajáramos con los travestis en dictadura a raíz de un ejercicio que él había hecho cuando estaba estudiando teatro y que le había quedado dando vueltas. Me interesó mucho el tema y su propuesta. Sobre todo, trabajar con él, ya que lo admiro mucho como actor y director. Nos pusimos a trabajar y claramente los materiales se fueron mutando. Y dejó de tratarse sobre los travestis en dictadura y los trajimos al hoy, sin perder la referencia de esos años. La Suzuki representa al libro. “Pompeya”, fue escrita en un período de cinco años y después de varios intentos, logramos estrenarla el 2017 en el GAM, lo que fue mucho mejor, porque la obra maduró lo suficiente y la temática de la inmigración estaba mucho más actual que si la hubiéramos entrenado en 2014 como teníamos pensado.

¿Por qué Pompeya? Porque esta antigua ciudad del Imperio Romano, una capital del sexo, el vicio y el pecado fue sepultada por castigo divino por las cenizas del Volcán Vesubio y funciona como perfecta metáfora para la metrópolis del Chile de hoy.

Me motivó mucho que la obra se inspirara en materiales testimoniales, documentales y noticiosos pasados y actuales de trabajadoras sexuales travestis, transexuales y transgéneros, y hacer ese cruce histórico. Revisar cuánto hemos cambiado.

Desarrollar y profundizar los conceptos: identidad del individuo e identidad de género vs identidad país; el fascismo patriótico que nace desde las clases marginadas producto de “la guerra por el territorio” entre trabajadoras sexuales chilenas y extranjeras, el “crimen de odio” y la justificación de la violencia, y por último, qué significa ser un “invisible”, un “indeseado”, un marginado de los marginados. Denunciar, mediante una puesta en escena, a un Chile travesti en lo político y cultural, donde la posmodernidad-neoliberal en la que habitamos mezcla y hacer convivir discursos que son en sí mismos contraproducentes y contradictorios, como “un transexual fascista” un marginado, marginador.

Presentar, a través, de “La guerra por el territorio”, el tema de la marginalidad dentro de la marginalidad y la sexualidad periférica como medio de subsistencia. La guerra como la forma más grave y antigua de conflicto socio-político entre los seres humanos, con el propósito de controlar recursos naturales o civilizaciones.

Si en un pasado no tan lejano, los travestis y transexuales debían ejercer su oficio y derecho de libertad sexual en plena dictadura, siendo víctimas de la violencia de Estado más terrible, hoy en día, en “democracia”, los peligros solo han cambiado de forma. Como en una tragedia griega, el Terror muta de rostro sólo cambiando de máscara. Ya no están los militares en las calles, pero está ese “otro”, el enemigo que nace del odio. Las esquinas céntricas de las metrópolis son hoy neos-pompeyas posmodernas del Imperio neoliberal, donde todo se mezcla, se compra y se margina a la vez; donde el individualismo, el placer y el mercado dominan todos los aspectos de la cotidianeidad, donde la ley del más fuerte o el más influyente siempre prevalece.

Por consiguiente, el fascismo se nutre del odio y la desesperanza del marginado que margina, y que descarga su frustración en contra de sus pares. Brota así, el racismo implícito de nuestra sociedad arribista europeísta, donde los rasgos originarios son sinónimo de debilidad y falta de grandeza. Chilenos mestizos odiando a personas de color, con más fuerza que el mismo blanco europeo, como si con este gesto intentaran limpiar su origen. Ahora ya no tan solo la discriminación viene del conservadurismo (independiente de su color político, religioso o social) sino que también se genera entre los mismos que son discriminados, el travesti local versus el travesti extranjero lucha constantemente por tratar de aferrarse a una esquina santiaguina.

La idea de justicia por mano propia hace en el montaje que el derramamiento de sangre se vuelva inevitable, pero surge un desenlace inesperado que las confronta con sus miedos y prejuicios más profundos.

Si nos proyectamos en el tiempo y pudieras imaginar un legado de tu dramaturgia a las nuevas generaciones, ¿Cuál te gustaría que fuera?

El legado de hacer teatro a como dé lugar. De hacerlo, aunque parezca imposible. Aunque las propias autoridades políticas y económicas lo desprecien. Hacerlo más todavía por esa razón, aunque sea en las peores condiciones, porque ahí el teatro alcanza su mayor sentido, en un sentido complejo pero universal.

Por eso cuando la ministra de la Cultura dice que la cultura no es necesaria para la ciudadanía, está negando la humanidad misma, su sentido mismo, porque no somos porque comemos y cagamos. Con ese legado yo quedo feliz. Además, del contenido que tienen las obras claramente y el haber trabajado con tantos colegas talentosos y que me hayan aguantado todas mis mañas que son caleta.

¿Cuáles son tus proyectos futuros?

Siempre tengo obras rezagadas ahí intentando ver la luz. Por ahora te puedo contar dos proyectos que tengo que finalizar; uno con Ernesto Orellana que trata sobre la pelea entre Sartre y Camus, la violencia política y su justificación y su condena, claramente será contextualizada al hoy y a Chile.

También, envié un Fondart para radioteatro/podcast para una obra que escribí y voy a dirigir, que se llama “El último nido” (El atentado al General Leigh). Texto que presentamos el 2018 en una lectura dramatizada en “La Rebelión de las Voces” del Festival de teatro OFF en el GAM. La serie radiofónica trata sobre el atentado al General Leigh en 1990, a días de haber comenzado la Transición Democrática pactada con Pinochet; legado tan criticado por los movimientos sociales que claman hoy por justicia y dignidad. El ataque, al viejo y retirado “Duro de la Junta”, en su oficina de bienes raíces, revive las rencillas que tuvo con el Tirano a finales de los setentas. Augusto, presionado por sus verdugos, teme que Gustavo, adicto a las entrevistas, rompa el pacto de silencio. Leigh, por otro lado, sabe que si no hay justicia real, la extrema izquierda la buscará por mano propia.

Serie de radioteatro/podcast será de 8 capítulos de unos 15 minutos cada uno, y será, producido por Cecilia Guerra, trabajado con Andrés Paucay, ingeniero en sonido y compositor musical, para así entregar una máxima calidad al mundo sonoro y sus posibilidades narrativas a través de nuevas tecnologías y audio digital de calidad cinematográfica. A cargo de la realizadora Camila Langlois, se documentará parte del trabajo de escritura, de mesa, ensayos, grabaciones de sonido en estudio, proceso de edición y entrevistas al equipo.

Y el elenco que tenemos es de lujo, con una gran trayectoria en teatro, cine y televisión, lo que nos da una gran experiencia vocal:
El General Leigh, Sergio Hernández.
El General Ruiz, Manuel Peña.
El Sargento Aros: Rodrigo Soto.
La secretaria, Joanna: Nona Fernandez.
El periodista de izquierda: Alexis Moreno.
Los dos terroristas: Constanza Thümler y Ángelo Olivier.
La enfermera y el fiscal: Constanza Thümler y Ángelo Olivier.

Sobre el autor

TCH administrator

Deja una respuesta