Igor Cantillana fue detenido, incomunicado y torturado desde abril de 1974 hasta febrero 1975 y trasladado al campo de concentración de Tres Alamos donde forma el Teatro Experimental de Tres Álamos con cuatro obras de teatro clásicas que siguió produciendo en el campo de concentración de Ritoque.
El ex-mirista, actor, director y traductor de sueco a castellano, regresa a Chile con «testimonio de un sobreviviente angustiado», el núcleo de lo que sería «Cuerpo presente», un unipersonal donde Igor no se esconde tras un personaje, es él relatando su historia.
Conversamos con el artista, sobre su acercamiento al teatro, de dónde nace esta obra y cómo el teatro carga con un poder terapéutico.
¿Cuál fue tu primer acercamiento al teatro?
Más o menos empecé a formar un grupo de teatro en la Escuela Normal de Curicó, con el cual vinimos a un festival de teatro aficionado que organizaba el teatro de la Universidad de Chile.
Por lo tanto, mi debut como actor en Santiago fue en ese festival a los 16 años y en esa sala del Camilo Henriquez, con una obra de Mario Cruz, un autor chileno que en ese momento era crítico de la revista Ecran y que luego sería crítico en El Mercurio y tenía algunas obras que a mí me interesaron.
Una fue «El cesante honorable» que es un padre y un hijo en la ciudad de Talca que nos quedaba cerca, en Curicó, de clase media venida a menos. Entonces estaba todos los conflictos de un padre, de una familia venida a menos y cesante, y trataba de alguna manera de dialogar con su hijo sobre este conflicto que él tenía.
Era un drama interesante en el cual yo podía ser el hijo menor y encontré un compañero de teatro que parecía mayor que yo y le gustaba el teatro.
Así que con él vinimos, en enero del 60, ese tercer festival de Teatro Nacional aficionado que organizaba DETUCH y que sucedió todo en la Sala Camilo Henríquez, porque el Antonio Varas estaba ocupada en ese momento con un éxito que tenían, que era «La opera de los tres centavos» de Bertolt Brecht.
¿Qué te llamó la atención, qué te gustó del teatro?
A mí lo que me gustaba de la escena eran los actores, digamos, su manera de representar, su manera de comunicarse con ellos, entre ellos y con el público. Fue muy impresionante para mí ver eso, porque en Curicó no había teatro.
El teatro lo encontré en la biblioteca, en los libros y cuando leí esas cosas dije , «esto lo sé», era como una cosa que ya genéticamente estaba y por eso organicé ese grupo y empecé a hacer teatro.
A Curicó llegaba una vez al año a un teatro carpa de Romilio Romo, un actor curicano que hacía «La golondrina» y eso era un gran éxito, porque todos los campesinos llegaban en lo que en ese tiempo se llamaban góndolas, las micros, y se llenaba esa carpa para ver esos melodramas campesinos chilenos. Era la única experiencia que yo había visto de teatro antes de formar mi grupo.
¿Cuándo y por qué nace la idea de armar «Cuerpo presente»?
Porque entré en una depresión profunda a propósito de una última separación, después de 25 años, y realmente me sentí muy mal y tuve que acudir a asistencia terapéutica y psiquiátrica.
No podía dormir, estaba con un post-trauma, el cual nunca le había dado importancia, porque se había manifestado algunas veces, ocasionalmente, en Suecia durante los años que estuve ahí exiliado. Al principio, con síntomas de claustrofobia, asfixia, etcétera, pero con la depresión de la separación se fue acentuando el post trauma y tuve que acudir a la Cruz Roja para que me ayudaran a dormir y luego con ayuda terapéutica entendí que tenía que tratar de formular este trauma que tenía en el cuerpo, que tenía mucho que ver con mi situación de ex preso político, ex torturado y con toda una historia que tenía que tratar de recordar desde la infancia, de donde habría empezado estos problemas que se fueron acumulando en el cuerpo y en el alma, sin haberle dado importancia, sino que de pronto se transforma en una mochila muy pesada y te tira contra la pared y uno queda inmovilizado nada más.
Entonces el terapeuta, que era muy bueno -de origen y de escuela alemana-, me dijo que tenía que tratar de escribir sobre eso, formular. Así empecé y eso fue doloroso, porque fue abriendo cicatrices que yo creí que no tenía o que creí que estaban cicatrizadas, lo cual fue profundizando mi depresión y como pensé que me iba a morir pronto, dije «tengo que dejar esto escrito, porque no lo he hablado».
Tengo cuatro hijos en Suecia, tres suecas y una chilena que llegó antes, y a ninguno de ellos había querido contarle mi pasado como revolucionario o como torturado, como prisionero político. Nunca sentí otra cosa que no fuera rubor hablar de situación de víctima de la dictadura. Incluso me negué a entregar mi testimonio allá cuando Pinochet estaba preso en Inglaterra y podía también juzgarse en otros países.
Es decir, estaba consciente de tener una angustia que tenía mucho que ver con el haber sobrevivido. Por lo tanto, empecé a escribir. Me pidieron primero entregar un testimonio de la tortura acá, el 2000, la Comisión de Paz de Ética contra la Tortura y que se iba a entregar a Lagos y los que eran los presentadores en esos días de los distintos temas era Fernando Castillo Velasco y Mónica Echeverría, que a los cuales yo quería mucho y no pude negarme en venir y presentar. Ese es el documento central que se llama «Testimonio de un sobreviviente angustiado».
Lo leí y le gustó mucho a la gente, y una revista quería publicarlo. Me di cuenta que le gustaba a la gente lo que yo escribía o cómo lo escribía. Después me pidieron otros que hablara del teatro en los campos de concentración. Surgió después otro que se presentó en la prensa animalista en España.
Está mi capítulo en el segundo momento de clandestinidad, y que es la relación con el Gato Valenzuela, con el cual yo estuve clandestino y vivimos juntos antes de salir de Suecia y todo eso, todos esos documentos, de pronto al volver acá a Chile, que van a ser seis años en septiembre, se los presenté a Raúl Osorio, que creí que estaba vigente todavía como director e invitándolo a que pudiéramos hacer teatro con eso.
Lo habló con Burgos, un dramaturgo chileno que está en España y le dijo que sí, que se podría hacer muy buena obra de teatro. En lo concreto fue Raúl Osorio en poner orden, en tijeretear, en sacar, digamos, las cosas más importantes de cada uno y pedirme que yo escribiera otros que no estaban, y que tenían que ver con con mi infancia o con el amor, con eso que nunca yo me he atrevido a hablar.
Él hizo la dramaturgia y empezamos a ensayar, pero después que me ofrecían todo para estrenarla en Matucana, cuando supieron que era Raúl, me cerraron todas las puertas en todas partes.
Así que me ofrecieron después otras soluciones con una niña que venía de Matucana 100 y que ahora está en el GAM, Paloma Mella y así solucione ese problema. Pero esa es la historia de cómo surgieron esos textos y por qué.
Esto es un unipersonal, ¿cómo es levantar y mantener una obra por 80 minutos?
Realmente, es la primera vez que yo hago un unipersonal. No me gusta. Vi a mis grandes actores referentes como Roberto Parada y otros, y otras actrices terminando haciendo monólogo. Siempre me pareció triste ese destino de los actores viejos o actrices viejas.
Por lo tanto, yo escondo esa soledad en una propuesta de performance que yo hice, en el cual tengo tres arcángeles, que llamamos, tres mujeres que me ayudan en el escenario, ya sea conlas proyecciones, ya sea con el sonido, ya sea con el cambio de vestuario, ya sea con los cambios técnicos.
En música hay una cosa de jazz, donde la música de Quique Cruz, que es incidental y que lo hizo en relación a todos los temas que yo toco. Él fue un compañero en Campamento de Tres Álamos.
Quique vio Antígona y según lo que él escribió en una novela, «El ajedrecista», fue el momento en que él se decidió ser artista el resto de su vida. Venía de Villa Grimaldi. Había sido torturado y vio el estreno de Antígona y según él, vio el sol de Sófocles y ahí se decidió.
Por lo tanto, nos encontramos aquí por casualidad, porque si bien yo vuelvo de Suecia, él vuelve de Nueva York, estuvo en Canadá y después en Nueva York se estableció con los jazzistas neoyorquinos. Es un gran músico. Quique Cruz.
Entonces es fácil para mí surfear sobre esta música por temas que él lo siente como su propio testimonio también, porque tenemos vivencias comunes y tenemos la misma motivación de haber vuelto acá, de testimoniar y con eso hacer una suerte de aporte a lo que quizás debiéramos permanecer, digamos, recordar, no olvidar, para poder ayudar a una sociedad más justa y más armónica.
Creo que el trauma de Chile no es muy distinto del trauma individual nuestro. Hay que formularlo y tenemos que ser todos capaces de asumir la responsabilidad de lo que estamos conformando como sociedad.
¿Cuáles crees que son los puntos claves para entender Cuerpo presente?
Creo que es muy fácil de entenderla, porque es muy directa. Yo no me escondo en ningún personaje. Soy yo el que empieza a relatar casi documentalmente con fechas, los hechos que considero que fueron más importantes en este viaje mío que ya alcanza a 79 años, y empiezo a los 16 con dos pasiones, la política y y el teatro, y he estado protagonizando tanto en estos dos terrenos, con estas motivaciones. Parto con el día que me arrestaron. Sigo después preguntándome, voy citándo las circunstancias o que fueron más importantes en mi recorrido como ser humano.
Luego mi compromiso con la causa, con el MIR, con la revolución, con los pobres de la ciudad, del campo, etcétera. No doy respuesta. Simplemente acumulo una serie de preguntas para poder verme un poco mejor desde afuera y de alguna manera reconciliarme también, porque las opciones que tomamos no solamente me afectaron a mí, sino que afectaron a otra gente que murió por ayudarnos.
Ya no tengo ningún interés en esconderme detrás de un personaje. Ese soy yo, lo digo con gratitud y con humildad.
Yo he estado 40 años en Suecia trabajando como actor y como charlista, también soy traductor de teatro sueco a castellano. Es decir, pensar en voz alta es una cosa que es interesante para el espectador, ver a alguien en eso y he estado con mucho menos posibilidades que la que me pone la música, que me pone la iluminación, que me pone el vestuario.
He estado mucho más desnudo que eso, hablando frente a un auditorio uno y media o dos horas sin mayor problema.
¿Qué valor tiene o el teatro por sobre otras artes para sublimar o tratar traumas tanto individuales como de nuestro país?
Yo creo que eso es esencial, porque es un momento, ya sea como espectador, como actor, como director, son momentos de reflexión, digamos, de viaje al interior de uno mismo. Pensar y recordar.
Para mi el teatro ha sido una terapia permanente. He aprendido mucho de los textos de otros, porque el ser humano quizás el único que tiene, esto es muy aventurado decirlo, pero porque se sabe poco de los otros animales o otros seres vivos, pero hasta el momento creo que el único que tiene una capacidad de empatía en el sentido de comprender, de pasar por su cuerpo, la experiencia de otros y representar lo que él interpreta, son las vivencias del otro.
En el caso de los textos que uno se enfrenta para hacerle justicia y de alguna manera, investigarlo como piezas arqueológicas, darle vuelta a las palabras y a los pensamientos, hasta creer que no solo ha entendido, sino que lo ha comprendido, que lo ha hecho suyos.
De esa manera he trabajado yo siempre y he aprendido mucho de mí y de la ciencia y de la filosofía. El teatro me obligó a estudiar muchos otros temas, la poesía, la filosofía, los mitos, la psicología, la ciencia, etcétera.
Me ha dado mucho conocimiento y eso de alguna manera me ayudó también para hacer mi propia vivisección ante el público, abriendo las entrañas, mis entrañas.
Una cosa que aprendí con los nórdicos, donde estuve 40 años, hice mucho Strindberg y él era un experto en mostrarse y de alguna manera salir adelante con todos sus problemas, sus conflictos.
Creo que la sinceridad es un pilar importante de la sociedad en los países nórdicos. Más que la verdad, que a lo mejor es un problema filosófico, pero la sinceridad, el no maquillarse, el tener la valentía de mostrarse con todo, con sus debilidades y sus posibles virtudes.
Creo que es lo que debiéramos hacer en Chile, como sociedad deberíamos atrevernos a conversar, a dialogar, a tomar responsabilidades.
Ayer fui a haber «Hecho consumados», y yo siempre quise mucho a Radrigán, pero siempre vi que hay ahí en esos personajes que él ama y los cuales son máscaras de él mismo, de todas maneras hay un distanciamiento y hay una victimización de eso. En el sentido de qué han hecho con nosotros que la última réplica de eso y la verdad es que no creo que eso sea el problema.
El problema de la culpa, claro, es un problema judeo cristiano, pero digamos eso en los últimos decenios se ha derivado a un problema más interesante estudiar sobre eso que es la vergüenza. En los países luteranos aprendí que la reconciliación era importante, y que la verdad y la palabra y la sinceridad eran importantes para construir una sociedad estable.
Por lo tanto, no me parece que el problema sean ellos y nosotros no, sino que somos todos y tenemos que conversar. Tenemos que tirar un rayón y cuenta nueva. Tenemos que poder acercarnos y decir qué vamos a construir juntos. La responsabilidad tenemos que asumirla todos.
Es lo que yo pienso que el teatro está aportando. Va mucha gente al teatro y eso es muy grato. Como decía Oscar Wilde, que en un tono adecuado se puede decir cualquier cosa. Lo difícil es encontrar ese tono.
Creo que yo lo encontré con Cuerpo presente. Este era el aporte que yo quería hacer con mi regreso. Ya me quedo tranquilo porque todos los que la han visto y que yo menciono en la obra, me han abrazado con cariño.
La gente del MIR que estuvo en las batallas que nadie conoce y que yo los cuento, la gente que está vinculada a los que están muertos y desaparecieron. El Metro, por ejemplo, me compró para una función con cien personas de su gente. Porque ellos no sabían mucho de Elizabeth Rekas Urra, que muere por haberme dado pieza un par de días en su casa y estaba esperando su primer hijo.
De ese tipo de cárceles uno no sale nunca si uno se siente responsable. No hablo de culpa, sino que de la responsabilidad de eso. Si uno está dispuesto como persona a ofrecer su vida por la causa, es una cosa. Pero cuando hay otros que son inocentes y mueren por eso, es otra cosa.